Víspera

Se le habían caído las tetas pero igual no importaba. Total en la cumbia siempre es mejor lo que se mece. Y así nomás se chantó la musculosa violeta sin nada abajo, con las las tetas que miraban el piso como si algo anduvieran buscando. Casi que se escurrió en la religiosa mini negra bien apretadita mientras le salieron, de golpe, los rollos como para ver que pasaba. Las uñas estaban pintadas, asomando por las sandalias trenzadas que tanto lo calentaban al Horacio. De apurada que no pierde lo coqueta se pegó la ultima pasada por el espejito redondo del baño, que apenas si le alcanzaba.

Mucho Perfume imitación de una imitación de uno que no sé como se llama. Los 12 pesos adentro de la tanga anaranjada y unas ganas enormes de que algún negro se le prenda esa noche de las tetas. Y que después, en la semana, la lleve de la mano hasta la pizzería esa, la nueva, la de la avenida, y se coman juntos unas porciones de fugazzetta.

Igualdades

Llevaba los baldes desde la canilla hasta la casa. Eran dos cuadras de puro y puto equilibrio. De pasitos cortitos con las piernas apretadas. Si casi que a veces no llegaba con nada. Y la calle era un reguero de gotones que la tierra casi no chupaba de lo seca que estaba. Puta madre. Ese vientito de mierda de las tardes de marzo le llenaba los ojos de polvo, finito y tozudo. Putearía en varios idiomas si supiera, porque uno sólo no alcanza. Se le termina casi más rápido que el agua. Y esas dos cuadras, que son cada vez más largas. Y esos dos baldes que son cada vez más pesados. Además de la puta cosquilla en la mitad de la espalda. Encima el pelotudo del falcon que le tira un finito y casi que lo hace caer de culo en la zanja. Y ese jodido ritual de andar sostiendo la vida con la puta certeza de que acá nadie entiende nada.

Saber

Que Palau es peor que el paco, eso lo sabe cualquiera. Y el que nunca jaló ran es como el que nunca anduvo en bicicleta. Porque Oscar sabía mucho de la vida, y de infancias recortadas por urgencias. Por eso nunca se apuraba cuando había que tomarse el 343. Total uno siempre llega tarde, pensaba. El era tan inteligente como la madre hubiese querido, en caso de que hubiese tenido una madre que lo conociera. Al fin y al cabo nadie era feliz y eso casi que lo consolaba. Y aunque a la noche pusiera fuerte la radio, Gladis nunca le tiraba la bronca. Porque la única vez que arrimó la oreja al tabique de madera lo escuchó al Oscar como lloraba.